"El Legado Silente de Uldarico Javier Oñate Mendoza"
Por: Ruth Trinidad Mendoza -Colaboradora- En las profundidades de Guayacanal, un rincón misterioso que resuena con historias de curanderos, realidades y memorias, la figura de Uldarico Javier Oñate Mendoza brilla como un faro en la
penumbra. Esta tierra, conocida por su cementerio al borde del pueblo, es un reflejo de la vida misma: lleno de tristezas y realidades. Aunque la calle principal serpentea como un
testamento de las guerras pasadas, está habitada por almas nobles y trabajadoras que mantienen viva la esencia de Guayacanal.
Uldarico nació en el seno de la ilustre dinastía "Oñate Mendoza", siendo el cuarto y último hijo de Leandra Antonia
Mendoza Vergara y José Dolores Oñate. Su nacimiento se da emergiendo antes de
tiempo renombrado para la época como “sietemesino", marcando así el
comienzo de una vida destinada a redefinir el significado de la resistencia.
Sus primeros suspiros estuvieron envueltos en la ternura y cuidado de sus
hermanas Melida y Mirza, quienes lo protegieron como un tesoro frágil.
Desde joven, Uldarico mostró rasgos de nobleza y laboriosidad. Bajo la tutela de su tío "Keto", se moldeó en una persona de principios inquebrantables, valorando el respeto hacia los demás y la
honradez. Con elegancia y determinación, se desplazaba por Guayacanal a
lomos de su fiel “mulo” Fue en uno de esos viajes donde el destino cruzó su
camino con Blanca Elina Cuello, una mujer que compartiría su vida y sus
secretos, convirtiéndose en su roca durante más de treinta años.
Aunque Uldarico y Blanca no tuvieron hijos propios, el amor y el cariño de más de veinte sobrinos llenaron su vida de alegría. Especialmente cercano a "Bechi", "Guto" y su amada Isabel Dolores,
Uldarico encontró en su familia el verdadero significado de la vida. A sus 83 años, con Blanca ya ausenté y viviendo bajo el cuidado de "Bechi", Uldarico se erige como el último guardián moral de Guayacanal.
Con 83 inviernos tallados en su piel y el corazón repleto de recuerdos, Uldarico se erige como el último guardián moral de Guayacanal. Su sabiduría es un faro que guía a las nuevas generaciones, enseñándoles que, aunque el río Cesar y los guayacanes se marchiten, el espíritu y los valores perduran.
Con la esperanza de un reencuentro, Uldarico confía en que su legado continuará, impregnando a
Guayacanal con la esencia
eterna de un hombre cuyo corazón latía al ritmo de su pueblo. Texto y fotos tomado de Internet.
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